Por Ricardo Arias Calderón
Publicado en La Prensa el 28 de agosto de 1981
La familia panameña está en crisis y su crisis empeora, en razón de lo cual peligran la raíz misma de nuestra sociedad y nuestra vivencia de la civilización. Quienes han propuesto el Proyecto de Ley por el cual se crea el Instituto Nacional de la Familia han llamado la atención, con razón, a la existencia de esta crisis. Pero han cometido el error fundamental de desconocer la naturaleza de la misma y, por ello, se han equivocado en el modo de enfrentarla.
Si el desempleo mina la seguridad de decenas de miles de padres y madres de familia y frustra las esperanzas de un número aún mayor de hijos e hijas de familia, ningún instituto, por acaparador que sea, podrá promover la unidad de la familia, ni su integración socio-económica. Si el sistema educativo no infunde valores sólidos de libertad y de disciplina, ni proporciona una orientación intelectual seria y creadora, ningún instituto, por prepotente que sea, podrá mejorar las relaciones paterno-filiales, ni preparar a niños y a jóvenes para la vida cívica democrática. Si el ordenamiento legal y las normas culturales no superan el machismo irresponsable de tantos hombres y la resignación tolerante de tantas mujeres, ningún instituto, por orgullosamente burocrático que sea, podrá promover el desarrollo de la mujer, ni hacer de la familia una auténtica comunidad de personas que se complementan, en intimidad y solidaridad.
Si la corrupción campea, impune y soberbia, en todos los niveles de administración pública, nada podrá impedir que el nuevo instituto no se convierta en una dependencia parecida al Tribunal de Menores, el cual, de acuerdo con la denuncia de uno de sus titulares, ha llegado a ser lugar de despilfarro, crueldad y perversión.
La crisis de la familia requiere otra cosa que un organismo oficial mas, con sus planillas abultadas, su tráfico de influencias, sus planificaciones pretensiosas, sus relaciones públicas caras y sus gacetillas mentirosas, requiere de una política que toda la comunidad le exija al Estado en materia de empleo, educación, salud, vivienda y probidad: una política para ayudar a la familia a ayudarse a sí misma y para que esta ayuda, siempre que sea posible, se realice con y a través de organizaciones y programas independientes, arraigados a la vida misma de la comunidad, en base a una concepción de la familia que sea cónsona con los valores judeo-cristiano, humanistas y democráticos del pueblo panameño.
La crisis de la familia requiere, luego de un Código de la Familia que revise e integre nuestra legislación, de manera que se refuercen la unidad y la estabilidad de la familia, la responsabilidad del hombre como esposo y padre, los derechos de la mujer como esposa y madre, el cuidado familia y comunitario por los niños y adolescentes y el reconocimiento a la condición de los ancianos. Este Código, como la política antes mencionada, no puede ser el resultado de elaboraciones más o menos secretas, ni de discusiones artificialmente apuradas. Se necesita, por el contrario, constituir una Comisión Nacional de la Familia que, en un plazo fijo y con recursos y asesoría adecuados, proponga cara al público los lineamientos de dicha política y los elementos de dicho Código. Y esta Comisión debe estar integrada en su mayoría no por burócratas sino por representantes de las principales instituciones y asociaciones independientes de la comunidad, que han demostrado a través de los años preocupación efectiva por la familia y por sus problemas.
Entonces y solo entonces, puede plantearse la necesidad y las funciones de un Instituto Nacional de la Familia o de cualquier otro organismo oficial, que estimule y supervise la ejecución de la política estatal definida, a la luz de las estipulaciones del Código adoptado. Comenzar por el Instituto revela una ligereza que condena a la ineficacia o un propósito desconocido que la comunidad no está dispuesta a avalar.
Tomar a la familia en serio y con respeto exige plantear el problema de su crisis y de la manera de enfrentar, a través de una Comisión Nacional de la Familia que pueda suscitar un hondo y amplio consenso de la comunidad. No es todavía demasiado tarde para evitar un conflicto innecesario que dividiría a la familia panameña, en vez de ayudarla.
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