Cuando supe por una publicación de la decisión de dirigentes del Partido Popular  de celebrar este homenaje en mi honor, expresé francamente mis dudas por dos razones. La primera razón era institucional: creo que el Partido y el país, al fin de nuestro primer siglo de independencia y pronto al inicio de nuestro segundo siglo, deben estar más ocupados en identificar y trabajar junto con sus nuevos líderes. Es, a los líderes jóvenes, a los que hemos de prestar atención.

Después de su decepción relativa con el liderazgo de hombres maduros y de una gran decepción con el liderazgo de una mujer maduro, no me sorprendería que el electorado se torne hacia hombres y mujeres más jóvenes, en su búsqueda de liderazgo presidencial, ilustrado, honesto y eficaz que necesitamos, siempre cuando esos jóvenes propongan una visión de nuestro futuro, que tome en cuenta lo que ya hemos logrado en el siglo que termina.

La segunda razón para sentir dudas sobre este acto era personal: un acto semejante es difícilmente oportuno. Usualmente estos homenajes se celebran cuando el homenajeado ya tiene un pie en la tumba, y está por meter el otro y no encuentra particularmente placentero que se lo recuerden, al punto de leerle en forma de discursos sus posibles epitafios. Pocas personas tienen el coraje morboso de Felipe II, quien hizo celebrar su misa fúnebre estando todavía vivo.

A pesar de estas dudas, acepté el homenaje porque la iniciativa venía de copartidarios que son al mismo tiempo entrañables amigos. El homenaje, estaba seguro, expresaba con simplicidad su cariño, que me han probado fundamentalmente en las buenas y en las malas.

Con este homenaje me han hecho un gran regalo, pues me han ofrecido la oportunidad de darle públicamente las gracias a quienes se las debo, porque sin ellos mi vida pública no habría sido posible.

Comienzo por darles las gracias a mis competidores, críticos y adversarios, por injustos que me hayan podido parecer en ciertos momentos. Yo también probablemente he podido ser injusto con ellos por apasionamiento y les pido perdón por ello. El diálogo, la discusión e incluso la controversia son indispensables para aprender de la democracia y vivir en ella, que como decía Churchill, es el peor de los sistemas, salvo todos los demás. Nadie logra guardar siempre su ecuanimidad en ese mar de apasionamientos que es la política, porque en la misma están en juego valores y antivalores que afectan a toda la sociedad.

Hago  un comentario sobre algunas críticas de las que somos objeto los políticos en general, desde el punto de vida del número de partidos. Está de moda criticar a los partidos políticos por su divisionismo y toda suerte de males que acarrearía. Mientras más partidos tiene un país más diversa e intensa es la crítica. Pero hay que tener presente que si la inteligencia humana solo captara la verdad y la captara toda entera y si voluntad humana solo adhiriera al bien y lo hiciera al  bien total, el multipartidismo seria una aberración.  Más como la inteligencia humana es falible y procede por partes, progresivamente, y como la voluntad humana esta expuesta al mal y puede caer en el sectarismo con respecto al bien que prefiere, el unipartidismo es esencialmente inhumano y existencialmente intolerable. El multipartidismo es el único sistema político a la medida del hombre, de sus virtudes como de  sus vicios. Añado, ahora que el bipartidismo no responde suficientemente a esta condición humana. Es muy empobrecedor las alternativas que se le ofrecen a un pueblo, y termina por hacer ver la alternancia como un juego formal, donde todo cambia para que todo siga igual.

Tengamos eso presente cuando, frustrados con nuestra política, propongamos cambios en nuestro sistema partidista, sintiendo la tentación del apartidismo  (que en realidad encubre un partido único) o, aparentemente mucho más sensata pero restrictiva, el bipartidismo. Necesitamos reformar nuestros partidos pero para fortalecerlos en sus funciones, no debilitarlos con miras a sustituirlos por Dios sabe qué. Los venezolanos no lo tuvieron presente cuando deshicieron su sistema partidario a favor de la presidencia plebiscitaria de Chávez. Lo están pagando caro. Los colombianos no lo tienen presente cuando intentan soluciones políticas a la violencia pero con el mantenimiento de un sistema bipartidista preponderante. Todavía no han logrado la solución.

Por lo demás, el Parlamento es el escenario primordial de los partidos, siendo ambos en su interrelación piezas claves de la democracia. Por ello, las reformas constitucionales que nuestro país necesita deben buscar hacer más representativa, transparente y efectiva nuestra Asamblea Legislativa, para fortalecerla como contrapeso a un Ejecutivo excesivamente poderoso, y deben hacer al mismo tiempo el Órgano Judicial más independiente, más productivo y menos venal, para que pueda garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos y servir de fiel de la balanza entre los otros dos Órganos.

Me temo, sin embargo, que la tendencia antipartido y antiparlamento de muchos de los presuntos reformadores de nuestras instituciones, nos conduciría a la monstruosidad que Ceresole, el gurú de Chávez, llama un Estado “postdemocrático” y que se caracteriza por el simple hecho de que “funciona”, no importa cómo, a favor de quién, a qué costo humano de libertad y equidad. Terminaríamos así con una especie de fascismo pragmático que podría, según las circunstancias, revestirse de una retórica ideológica de izquierda o de derecha.

Al mismo tiempo que se me permite dar las gracias a mis competidores, críticos y adversarios, con mucha más razón este evento me permite dar las gracias a mis copartidarios, simpatizantes y amigos cuyo estímulo y apoyo ha sido indispensable en mi vida política. Ingresé al PDC en 1964, a raíz de mi experiencia de la Universidad de Panamá y del 9 de enero del mismo año. Comprobé que mientras otros partidos se interesaban, principalmente en el impacto sobre las elecciones de mayo de ese año, por el ataque norteamericano contra los panameños que intentaron ejercer el derecho a que nuestra bandera ondeara en cualquier lugar donde ondeaba el pabellón de Estados Unidos, el PDC había elaborado su tesis de la “plena panameñización” del Canal y de la Zona. Desde ese entonces he encauzado toda mi actividad  política con dos rasgos característicos, pues he sido un político universitario o mejor aún, docente y un político de la identidad nacional. Y la encausé a través del PDC, el que llegué a presidir desde 1980 hasta 1993, inspirándome en un humanismo cristiano, tal como lo concibió el filósofo Jacques Maritain. Estoy convencido de que sin vida partidaria no hay vida democrática y sin buena vida partidaria no hay buena vida democrática.

La vida partidaria me ha proporcionado alguna de las más valiosas experiencias de dedicación (pienso en demócratas cristianos que ya murieron como Pepe Salgueiro e Iván Romero); de coraje sobre la base de las convicciones políticas (como Luis Emilio Veces); de lealtad a la ética política (como José Antonio Molino); de fidelidad institucional (como Clovis Alemán); de caballerosidad rectilínea (como Antonio González Revilla) y de entrañable amistad, con la que he podido contar en toda circunstancia (no menciono nombres porque están vivos y no quisiera dejar a ninguno por fuera). Debo reconocer con emoción el papel clave que han jugado en mi vida política las mujeres. Ellas me han acompañado, apoyado, estimulado, defendido y exigido. Y una de ellas (adivinarán quién) me enseñó lo decisiva que es, en nuestro tiempo y para el futuro, la revolución del papel de la mujer. A ellas muy especialmente mi agradecimiento y cariño.

Pero a fuer de sincero debo admitir que la vida partidaria proporciona también algunas de las experiencias más dolorosas de egoísmo, de duplicidad y hasta de traición. Sin embargo, ello no debe confundirse, en ningún momento, con las válidas diferencias de puntos de vista, ni con las francas discrepancias sobre cursos de acción a seguir ni tampoco con las leales competencias por los cargos internos y externos.  A todos mis copartidarios mi gratitud desde el fondo de mi corazón. Si algo he podido hacer de bueno por Panamá y por el socialcristianismo en América Latina y en el mundo, se lo debo en buena parte a su colaboración y compañerismo.

Otro tanto debo decir de los simpatizantes y de los amigos políticos, incluso de otros partidos y países, varios de los cuales han tenido la gentileza de estar presentes esta noche. Aprovecho la oportunidad para dar testimonio del valor, para nosotros los demócratas cristianos panameños, del enriquecimiento ideológico que ha representado nuestra membresía en la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) y en la Internacional Demócrata Cristiana. En cuanto a ODCA debo mencionar que ha tenido dos etapas sobresalientes, la primera bajo la Secretaría General de Arístides Calvani y la segunda, actualmente bajo la presidencia de Gutenberg Martínez. Con ambos he tenido el privilegio de trabajar de cerca.

En Panamá hemos estado haciendo una experiencia de reconciliación, que ya pasa del trato civil al trato amistoso. Es una buena señal para el país, porque necesitamos abordar, juntos de verdad y no solo de apariencias, ciertos problemas como la expansión del Canal, la política de neutralidad del país, la transformación de nuestra estructura económica, de modo que sea a la vez más productiva y equitativa, y una transformación educativa, que no se quede en la repartición de recursos y en los reacomodos administrativos, sin que se comprometa a educar una elite popular al más alto nivel de excelencia posible.

Las gracias, las más intimas, las reservo para cinco personas: Tere, María Teresa, María de los Ángeles, Martín Felipe e Ignacio Manuel, mi mujer y mis cuatro hijas e hijos, acompañados por dos de sus consortes y cuatro de mis nietas y nietos. Ustedes son a quienes más quiero en este mundo y a quienes mi vida política más robó, un recurso irreemplazable, el tiempo de atención, de compañía y de amor. Perdónenme por no haber sabido controlar mi obsesión por el trabajo político y por haberlos privado de esposo y de padre tantas veces. Les recomiendo a los políticos jóvenes que no cometan este error. Es el que más lamento de haber cometido.

¿Me pregunto si estos 38 años de vida política valieron la pena? Para quienes miden el éxito de un político por los años que estuvo en el gobierno y por si alcanzó o no su más alta aspiración política, la respuesta sería negativa. Desde 1964, desde hace 38 años, estoy en política y solo he ocupado el cargo de primer Vicepresidente de la República del 20 de diciembre de 1989 al 17 de diciembre de 1992 y el de Ministro de Gobierno y Justicia del 20 de diciembre de 1989 hasta el 8 de abril de 1991. Y cuando estuve más cerca de la Presidencia de la República, como principal aspirante a la candidatura presidencial en las elecciones de 1989, preferí sacrificar la oportunidad a seguirle el juego divisionista a quienes no parecía importarles que la dictadura militar pudiera repetir el fraude de 1984.

Pero si el éxito se mide por el servicio innovador que se rinde a la comunidad, entonces sí que valieron la pena. Ya desde antes de mi ingreso al PDC, este había sido uno de los primeros partidos en abogar por la plena panameñización del Canal, tesis con la que me identifiqué. Como miembro, y luego como presidente de la Democracia Cristiana panameña, contribuí antes de la dictadura a exigir el fin de la historia de fraudes electorales, que se mantenían desde inicios de la República y que impedían la plena legitimidad de nuestra democracia, al rehusarse el PDC a firmar las credenciales presidenciales de 1964 y al ser el voto del PDC, en 1968, el decisivo en la Junta Nacional de Escrutinios a favor del candidato presidencial ganador, impidiendo así el fraude que se intentaba. Ese año debimos defender también, paradójicamente, los resultados de la votación por  algunas diputaciones que el Presidente electo pretendió alterar. También en aquel entonces contribuimos los demócratas cristianos a introducir el valor de la justicia social a la par del valor de la libertad en la conciencia política nacional, contra aquellos que por eso nos tildaban de “verdes por fuera y rojos por dentro”.

Durante la dictadura, contribuimos a iniciar la oposición democratizadora desde el primer momento, sin haber nunca pactado con la dictadura, como lo hicieron otros por antiarnulfismo o por oportunismo. Y fuimos los precursores de la estrategia democratizadora. En efecto, desde la primera elección organizada por la dictadura uno de los mejores demócratas cristianos, Luis Emilio Veces, se hizo elegir representante de corregimiento y emitió, como tal, el único voto negativo contra la antidemocrática Constitución de 1972. Mientras otros opositores pensaban que toda participación política legitimaba al régimen y esperaban el retorno de la democracia de un contragolpe militar, el PDC inició el camino de la organización política de la población, de la inscripción del partido, de la participación combatiente en las elecciones, de la colaboración en la transformación por consenso y referéndum de la Constitución militarista de 1972 en la Constitución democrática, por imperfecta que sea, que ahora tenemos, de la convergencia con los sectores gremiales y sindicales, que condujo a la fundación de la Cruzada Civilista, de la unidad de la oposición sin divisionismos egoístas, como hubo en 1984 y se intentó nuevamente que hubiera en 1989, y del cabildeo sistemático internacional para contrarrestar los apoyos internacionales de la dictadura. Cuando en 1990 se dio el intento de asonada militar, el Presidente contó en la noche del 4 al 5 de diciembre, especialmente con los demócratas cristianos para hacerle frente al desafío. Otros brillaron por su ausencia.

Ya en democracia no solo asumimos la responsabilidad por la plena desmilitarización de nuestro país, sino que fuimos los primeros en advertir que se descuidaba la deuda social por pagar la deuda financiera y que estaban resurgiendo los abusos tradicionalistas del nepotismo y la corrupción. Fuimos los únicos en rehusar ver la privatización de los servicios de utilidad pública como una panacea, votando en contra, tanto bajo el gobierno de Endara como bajo el gobierno de Pérez Balladares, y proponiendo como alternativa la fórmula del contrato de rendimiento entre el Estado y la empresa de utilidad pública.

En resumen, en los años de su existencia, desde la oposición como en nuestra corta estadía en el Gobierno, los demócratas cristianos rendimos al país y al pueblo el servicio inestimable de no seguir caminos tradicionales trillados, sino de abrir nuevas brechas hacia nuevos horizontes.

A la pregunta que sí valió la pena, respondo definitivamente que sí. Pero así concebida la política es una actividad noble que requiere una entereza política, moral y espiritual exigente, que no siempre es electoralmente recompensada. Yo espero y confío que el PDC, convertido en Partido Popular bajo su joven dirección, sabrá demostrar esta entereza y seguir abriendo brecha hacia nuevos horizontes. Debo decir que la experiencia del Acuerdo META, en la Asamblea Legislativa y la aprobación de la Ley de Transparencia (que el Ejecutivo y la Corte Suprema de Justicia buscan neutralizar por temor a la verdad) son buenas señales en este sentido. Me siento muy orgulloso del papel innovador y retador de primer orden que en este contexto está jugando “la legisladora Teresita”, como conocen popularmente a mi esposa, quien es ahora la política práctica de la familia.

Mientras tanto yo estoy ocupado tratando de redactar un libro que he comenzado bajo el título Recordar el futuro, en el primer centenario de la República, donde pienso sacar de mi visión y de mi experiencia del pasado perspectivas para el futuro de nuestro país. Y ya tengo otro en mente. Quiero de esta manera ayudar a darle a la política panameña la dimensión de visión del pasado y de futuro, de la que ahora carece lamentablemente. Y solo con consciencia de su pasado y de su futuro, la política adquiere su carácter intrínsecamente humano.

Cuando se firmó el Acuerdo META un periodista con algo de ironía me preguntó yo que hacía allí, en un acto del PDC/PP con el PRD. Le respondí: “guardo la memoria intacta (nada he olvidado de los últimos 21 años). Pero el futuro no debe ser prisionero del recuerdo, sino completamente libre”. La experiencia ha sido exitosa y, por eso, fue interrumpida por las fuerzas oscuras del tradicionalismo y de la corrupción. Envalentonadas ahora estas fuerzas actúan sin prestarle siquiera atención a la recomendación de Maquiavelo al Príncipe, que no tenía que ser virtuoso pero que debía por lo menos aparentarlo.

En estos días hemos presenciado abochornados la perversión de la independencia y el equilibrio entre los Órganos del Estado, en el peor estilo de las etapas más turbias del pasado, y percibimos que la serie de fiascos en las licitaciones públicas, de toda especie, tiene los visos de la rapiña. Estamos tocando fondo en materia de moralidad pública, y ello es una de las causas de la prolongada crisis económica que padecemos.

Ante esta realidad no perdamos la esperanza, pero preparémonos para grandes cambios, que son imprescindibles. En este contexto no puedo menos que recomendarle a mi partido y a mi país que, proyectando hacia el futuro la experiencia de META, ampliada a múltiples sectores de la sociedad civil, en particular a los jóvenes profesionales, no dejemos que el futuro sea prisionero del pasado y luchemos porque sea libre, completamente libre de injusticias, arbitrariedades, corrupción y pobreza.

Muchas gracias. Los invito a redoblar el esfuerzo por un futuro mejor, con la bendición de Dios.