Esperé  dos semanas antes de que el susodicho respondiera a mi artículo “El papá de su hija”. Para mi gran decepción no contesta ninguno de los cargos concretos que le formulé a él y a más nadie. Los enumero, omitiendo los que me involucraban personalmente:

  • Que bajo su inspiración La Prensa ha confundido la misión de informar con la de crear controversia.
  • Que a imagen de sus prejuicios La Prensa se ha tornado parcial, injusta, obsesiva y desequilibrada.
  • Que escogió a los Directores de La Prensa por cuenta propia de entre los miembros del partido al que pertenecía, aunque luego se ha jactado de apartidismo.
  • Que ejercía influencia exclusiva sobre la línea editorial de La Prensa al margen de la Junta Directiva.
  • Que sus empresas recibían trato preferencial para su publicidad en La Prensa.
  • Que se beneficiaba de los poderes que los accionistas otorgaban a la administración para mantener su control de La Prensa.
  • Que en una oportunidad registró los poderes que le eran favorables en la sede de la empresa y no en el lugar y la hora de la Asamblea de Accionistas, como se le exigía a los demás.
  • Que él mismo decidía quienes serían los nuevos miembros de la Junta Directiva y quienes dejarían de serlo, entre otros un connotado constitucionalista y un destacado economista.
  • Que cuando la dictadura cerró La Prensa y los trabajadores se quedaron en el aire, él se había refugiado en Miami por su seguridad personal y allí se quedó hasta el final de la dictadura.
  • Que durante la lucha contra la dictadura, el ideal original de La Prensa, al que contribuyó, se mantuvo, pero luego su predominio se hizo excluyente con un apasionamiento unilateral.
  • Que intentó apabullar a la competencia con un sistema de pagos por publicidad que promovía el que los clientes no anunciaran en otros medios.
  • Que ha querido establecer, sobre la base de La Prensa, un predominio informativo vía la creación de otros medios, escritos, radiales y televisivos, enfilando su “periodismo informativo” contra sus rivales en esta aspiración.
  • Que ha propiciado el establecimiento de otras organizaciones que él jefatura, probablemente con recursos de La Prensa.
  • Que bajo su control La Prensa ha hecho mucho por Panamá, pero a la vez ha desconocido los derechos y herido la dignidad de mucha gente, particularmente de periodistas y en los despidos y separaciones de los mismos con frecuencia ha adoptado una postura prepotente que insinúa una descalificación moral y profesional, aunque demostró una escandalosa tolerancia hacia uno de sus altos ejecutivos, por un delito que festinó cuando lo cometió un funcionario público del PRD.
  • Que el despido de los periodistas Vilma Figueroa y Manuel Álvarez Cedeño, fue precedido por una carta de 10 periodistas de La Prensa donde cuestionan la moralidad profesional que impera en dicho medio y el papel de Gustavo Gorriti quien, ellos alegan, “manipula a su antojo estas noticias, siempre con la abierta intención… de ridiculizar e inculpar” al Procurador General.
  • Que tenía la osadía de exigir la separación del Procurador General sobre la base de tal manipulación, mientras demostró tolerancia con respecto al caso de un Magistrado de la Corte Suprema sospechoso de vender favores judiciales y guardó silencio acerca de la elección de un Contralor acusado de complicidad en el lavado de dinero del narcotráfico, caso que conocía bien.
  • Que no debiera presidir la oficina local de Transparencia Internacional quien no la practica en sus actividades empresariales, ni presidir un organismo del Poder Ciudadano quien intenta violar el derecho constitucional de panameños humildes al acceso a las playas, mientras pretende erigirse a través de La Prensa en juez moral de sus conciudadanos.

Todos estos cargos apuntan al poder que él ha adquirido sobre la información y la formación de opinión pública en Panamá, no a su vida privada. En su respuesta no contesta ningún de los cargos. Se limita a atacar mi presunto motivo, el odio. Por el individuo no siento admiración, ni odio, simplemente prescindo de él. Pero acerca de su poder, el cual condiciona nuestra democracia, tengo mucho que decir y no tengo temor de decirlo.

Al mirar retrospectivamente mi vida política, me doy cuenta que he dedicado una buena parte a desenmascarar a los poderosos. Algunos, víctimas del origen etimológico de la palabra “persona”  –en latín designa las máscaras que utilizaban los actores en el teatro–, confunden sus máscaras con su personalidad. Así enturbian la transparencia y comprometen la responsabilidad, que son indispensables para una convivencia realmente democrática.

Él es uno de los casos más patéticos y nocivos de esta confusión. Primero adoptó la máscara de opositor integral a la dictadura. Sin embargo, simpatizó al inicio con el derrocamiento del Dr. Arnulfo Arias, logró que el Presidente Lakas beneficiara sus negocios de Coronado y después, al final, buscó su seguridad en Miami mientras otros continuábamos la lucha. Luego asumió la máscara del intelectual creador de un medio de comunicación pretendidamente “sin dueño”. Con esta máscara nos ha regalado sus “granos de arena”, dos volúmenes de lugares comunes, recetas de los últimos best sellers y un optimismo de  pacotilla,  que lo conducen a proponerle al país un absurdo  “salto en garrocha”  del tercer al primer mundo. Más recientemente ha asumido la máscara de “gurú”  social de la nueva Presidenta. Todavía recuerdo la vergüenza ajena que sentí cuando en uno de sus artículos se describió a si mismo pensando en los niños pobres de Chorrillo desde un hotel en Vail, Colorado, uno de los  centros de esquiar más lujosos del mundo.

Como “gurú” ha anunciado una Agenda Social para los primeros 100 días del Gobierno, en cinco volúmenes. La opinión pública los desconoce, a pesar de que él es un teórico de la transparencia y la participación ciudadana. Su tercer volumen, según ha escrito, “contiene los anteproyectos legislativos”, pero a los 75 días de Gobierno ni uno solo ha sido presentado a la Asamblea.

En la medida en que presiente un fracaso de su asesoría, comienza a distanciarse de la Presidenta. Aunque desde su oficina en la Presidencia, busque controlar la cooperación técnica que el Gobierno recibe, no debe sorprendernos su eventual rompimiento con la Presidenta, bajo el pretexto de que sus Ministros no habrían sabido ejecutar su Agenda.

El antídoto a una reiterada suplantación de la persona por sus máscaras, es el desenmascaramiento. Así los poderosos en cuestión tienen que dar la cara ante la historia y la comunidad. Hay algo sintomático en sus ataques.

Me acusa de fracasos como si les debiera temer, cuando los veo como la otra cara de los triunfos que he tenido y la medida de lo que me he atrevido a intentar por mi país. Pienso, sin embargo, que él sí le tiene miedo a sus fracasos. El fracaso de no terminar sus estudios universitarios por una razón nunca explicada. El fracaso de pretender establecer un centro de turismo, no abierto a panameños de todas las clases, sino elitesco y excluyente, que por ello ha bordeado la quiebra y la reposesión bancaria. El fracaso de nunca atreverse a asumir una responsabilidad de Estado, aún cuando intenta ejercer una influencia equivalente. Su peor temor, estoy seguro, es que al quedar sin máscaras, todos nos demos cuenta que detrás de las mismas no hay nadie.

Este sería el antídoto por excelencia.