En la vida contemporánea los medios de comunicación se han convertido, para bien o para mal, en factores decisivos de sociabilidad, cultura, educación, economía, política y relaciones internacionales. Pero en Panamá son muy renuentes a informar y a opinar sobre ellos mismos. No están sujetos a la crítica a la que ellos someten a las otras instituciones públicas. No rinden cuentas a la sociedad y ésta apenas si los regula. Hay así una gran desproporción entre su influencia y su responsabilidad.

Sin embargo, recientemente los conflictos entre los medios, en nuestro país, han comenzado a generar informaciones y opiniones de unos sobre otros.

Unos artículos recientes de investigación, publicados por La Prensa destacaron un intento ambicioso por crear un nuevo conglomerado de medios. Este consorcio habría logrado el control de El Universal y habría hecho ofertas infructuosas por El Siglo, El Panamá América y Crítica y por radioemisoras como K.W. Continente, Radio Mía y Radio B.B. Es razonable pensar que estos artículos son una respuesta a las críticas de El Universal  a La Prensa, porque ésta no certifica su circulación.

Los hechos ameritan reflexión. Primero, la reducción drástica del pluralismo de medios en Panamá comenzó con el establecimiento de un primer conglomerado, Medcom, S.A., que hasta ahora abarca TV 4, TV 13, RPC Radio y Cable Onda y ha explorado extenderse a la prensa escrita. El conflicto que se suscitó entre La Prensa y el Gobierno sobre la permanencia de un periodista extranjero contratado tuvo varias dimensiones: una la violación de los derechos humanos de información y expresión ( si el periodista hubiera escrito las sociales o los deportes, no se hubiera dado el conflicto) y otra, la reacción de los periodistas nacionales al inicio de la globalización profesional en los medios (a saber la contratación de un periodista extranjero bajo condiciones de las que no goza ningún periodista panameño). Pero involucró también la rivalidad entre La Prensa S.A. y Medcom S.A. El proyecto de conglomerado que realizó Medcom S.A., con sus vínculos estrechos al Presidente de la República, lo había contemplado La Prensa S.A., planeando publicar un tabloide y pensando adquirir una radioemisora y una televisora. Son rivales por el predominio “mediático”.

Esta reducción del pluralismo implica un peligro para la libertad de información y de expresión, pues limita la variedad real de fuentes de información y de vehículos de expresión y favorece la auto-censura entre los comunicadores sociales, al ver reducida la variedad de sus posibilidades de trabajo. Se debilita nuestra democracia. ¿Alcanzaríamos la situación que existió durante largos años en México con el predominio indiscutido de Televisa en apoyo al PRI? Mucho dependerá del auto-control con que ejerzan su poder los beneficiarios de esta concentración, como del dinamismo y la inteligencia que demuestren los desaventajados competidores y del espíritu crítico que desarrolle la opinión pública.

Los conglomerados reflejan, además, un cambio en virtud del cual la dimensión empresarial de los medios adquiere prioridad indiscutida sobre su dimensión editorial. Estamos más ante empresas de inversión y rendimiento financieros importantes, es decir de poder económico, y menos ante organizaciones al servicio de la información y expresión pública de nuestra población.

Un segundo hecho es igualmente significativo. Los panameños no sabemos la verdadera circulación de nuestra prensa escrita, salvo en el caso de El Universal, ni la audiencia real de los medios audiovisuales. Cuando se afirma que los medios poseen un poder, incluso político, por el que no responden a nadie, a diferencia de los partidos políticos que tienen que responder al electorado, se argumenta que los medios están sujetos a una elección cotidiana por parte de quienes compran un periódico o escogen escuchar o ver un medio. Esta comparación es limitada, porque equipara el acto de algunos de comprar un periódico, si se tiene plata, con el acto de todos de votar por un candidato gratuitamente. Pero, además la comparación supone que se conozca la circulación o audiencia real de cada medio. Sin resultados conocidos una elección no serviría e igualmente una circulación o audiencia sin resultados certificados, no le sirve de guía ni a la opinión pública ni a los anunciantes. El secreto de la circulación o audiencia real compromete la credibilidad del medio.

Otros hechos merecen atención. Durante la última confrontación entre el Gobierno y los educadores, se supo que en unos 15 días el Gobierno había gastado no menos de B/125,000 a B/150,000 en publicidad agresiva, divisiva y desinformadora. Esto, usual bajo el actual Gobierno, constituye un abuso de cuantiosos fondos públicos para promover posiciones que son partidistas mientras no tengan el carácter de Ley. En Estados Unidos, por ejemplo, se prohíbe la práctica. En Panamá, se convierten a los medios en un factor de desequilibrio entre el Gobierno, la oposición y la sociedad civil.

Cabe añadir que poderosos empresarios han adquirido para sus fines sus respectivos partidos políticos, como si adquirieran una empresa más. Su presupuesto publicitario empresarial influye sobre la cobertura, que algunos medios, le prestan a dichos partidos. Se confunden así los intereses económicos y las preferencias políticas, lo que enturbia tanto la política como la información. Los medios critican con razón el financiamiento de los partidos, pero rehúyen apoyar una regulación del costo de la publicidad política que impida que ésta se cobre más cara que la comercial. Y rehúyen que se limite su costo para favorecer la igualdad  de oportunidades. Pero muchos, se opusieron al financiamiento público de los partidos.

En resumen, los medios no reconocen cuanto están ellos mismos envueltos en los procesos políticos de nuestro país. Alfredo Keller, un especialista de opinión pública venezolano, señala que el papel político de los medios es uno de tres: el de “minoría vociferante” que le impone a  la “mayoría silenciosa”, un falso consenso; el de “fijación de la agenda”, al establecer los temas prioritarios de la discusión pública o el de la teoría de “la espiral del silencio”, según la cual la gente teme quedar aislada y, por ello, reprime su opiniones divergentes y se subordina a las corrientes de opinión dominantes estimuladas por los medios.

Los medios no son simples informantes de los acontecimientos, sino que actúan como promotores parcializados de la agenda, gestores interesados de los hechos y relacionistas comprometidos de los actores. No lo hacen sólo por consideraciones valorativas o por enfoques diversos del bien común, sino que a veces, básicamente, por razones económicas.

Pero sería un error atribuirle omnipotencia a los medios. Cuando la imagen que proyectan y los valores que  favorecen se distancian demasiado de la experiencia de la gente, se gesta una desconfianza hacia ellos contrapuesta a su influencia. Surgen entonces corrientes de pensamiento anti-medios que les adjudican buena parte de los males de la sociedad. La concentración del poder en los medios puede generar su propio antídoto a costas de su credibilidad. Ello comienza a suceder en Panamá.

El mundo de los medios se revela menos pluralista y transparente y más politizado en cuanto al ejercicio de los derechos humanos de información y expresión. El período anterior de Gobierno, bajo el cual los medios se hicieron más democráticos, ha dado paso a otro período de Gobierno que, por las nuevas condiciones de los medios, favorece una restricción de nuestra democracia efectiva.